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¿Qué motiva a las personas jóvenes a automedicarse en Chile?

2025

En Chile, una de cada cuatro personas se automedica y más de la mitad consume al menos un medicamento al día, a menudo sin supervisión profesional. Esto incluye analgésicos de uso cotidiano, somníferos, fármacos para bajar de peso e incluso productos falsificados comprados por internet o en lugares no autorizados, con riesgos reales de daño hepático, interacciones peligrosas, dependencia y retraso en el diagnóstico de enfermedades graves. Sin embargo, estas consecuencias parecen no disuadir especialmente a las personas más jóvenes de seguir practicando la automedicación.

Al fin y al cabo, la información sobre los riesgos está a un clic de distancia, ya sea mediante una búsqueda rápida en internet o conversando con inteligencia artificial. Entonces, ¿por qué esta práctica sigue siendo tan común entre los jóvenes?

Hace unos años, recién saliendo de la pandemia, el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (SENDA) nos encomendó entender por qué las personas en Chile se automedican sin receta médica. Desde las ciencias del comportamiento, comprendemos que la automedicación es un comportamiento complejo, determinado tanto por las capacidades y las oportunidades de las personas como por las motivaciones que las mueven a consumir estos medicamentos.

El estudio cualitativo incluyó múltiples regiones del país, con representación de más de 40 comunas, y abarcó personas de diferentes rangos de edad y géneros. En total, más de 230 participantes compartieron sus experiencias, temores y creencias en 30 grupos focales a nivel nacional.

¿Por qué las personas jóvenes se automedican en Chile?

Más allá de los titulares, las motivaciones que aparecen cuando uno escucha sus relatos son muy humanas. Muchos jóvenes describen primero una motivación pragmática: aliviar rápido lo que duele. Dolores físicos, insomnio, crisis de ansiedad o estrés académico se viven como urgencias, y el medicamento aparece como un atajo inmediato y barato frente a la lentitud del sistema de salud o a la dificultad de acceder a atención especializada. El cálculo mental les indica que los beneficios sobrepasan los costos: “sentirse bien ahora” parece compensar cualquier riesgo futuro.

Junto con eso, aparecen razones ligadas al rendimiento y la exigencia: algunos jóvenes usan ciertos fármacos para “funcionar mejor”, concentrarse más o rendir bajo presión en la universidad o el colegio. En otros casos, los medicamentos se usan de forma recreativa “para pasarlo bien”, mezclándolos con alcohol u otras sustancias en contextos de carrete, buscando desinhibición, euforia o una forma distinta de evadirse.

Las emociones y lo que hacen los demás

Las emociones son un motor central. La desesperación ante un malestar intenso, la angustia asociada a la pandemia (muy vigente en ese momento), problemas familiares o económicos empujan a buscar una solución rápida, aunque sea riesgosa. Cuando el medicamento “resulta”, aparece un fuerte refuerzo emocional: alivio, calma, sensación de control, la idea de que “esto me funciona”, que vuelve más probable repetir la conducta.

La dimensión social también pesa mucho en la motivación juvenil. En varios grupos, los jóvenes describen que consumir medicamentos sin receta está normalizado entre sus pares: “todos lo hacen”, se recomienda de boca en boca, se comparten pastillas y se les ve casi como parte de la cultura del grupo. Esa normalización genera un clima en que la conducta no solo deja de ser mal vista, sino que a veces incluso se vuelve deseable o una forma de pertenecer.

En resumen, los jóvenes no usan medicamentos sin receta solo por “irresponsabilidad” o desconocimiento. Lo hacen porque buscan aliviar dolores reales, sostenerse en contextos de alta presión, evadir malestares emocionales y pertenecer a sus grupos de referencia, en un entorno donde estos fármacos son accesibles, baratos y socialmente normalizados. El desafío de la salud pública es ofrecer alternativas reales de cuidado: acceso oportuno y asequible al sistema de salud, apoyo emocional disponible y cercano, y estrategias de comunicación y regulación que se tomen en serio la forma en que las personas jóvenes toman decisiones en la vida cotidiana.